martes, 11 de noviembre de 2008

TODOS LOS MAPAS EN UN SILLON

CHAU, FRONTERAS, CHAU

Desde 1986, cuando desde el Mundial de México entró a tallar en estos extramuros del planeta el Imperio de la Microelectrónica y entre nosotros quedaron los dos primeros muertos, que tendrían que haber sido justamente los que hicieran sonar la alarma, dio comienzo un nuevo fenómeno que hasta ahora se puede empezar a describir, intentar sacar alguna conclusión, mascullar improperios en cantidades, pero cuya proyección está todavía fuera de todo cálculo, aun fuera del alcance de los futurólogos más sensibles, como es qué destino le espera a una actividad que oficialmente desde 1867 le viene devanando los sesos a más de uno por ser el fenómeno más singular de la cultura de masas de la modernidad, causando la muerte de cientos de espectadores en todo el mundo y llenando las cuentas de banco de unos pocos con sede en las grandes metrópolis. Por lo pronto, el paraguayo Carlos Avila, alma mater y autor del puntapié inicial de Torneos y Competencias (TyC), dueña del fútbol argentino por contrato hasta el 2014, ya hace un tiempo que vaticinó que había que dejar de levantar estadios y empezar a construir sets de tevé. ¿Una blufeada típica del póquer? No; apenas si una referencia tardía: “El motivo por el que se debe eliminar al público [de los estadios es] para asegurar que el único acontecimiento que ocurra sea estrictamente televisivo por naturaleza”, delineó también Braudillard en el mismo trabajo ya citado.

Para tratar de no recaer en la tentadora práctica de describir y no definir, a pesar de que se va a tratar de ir avanzando en cada uno de los términos y aspectos de un fenómeno que no es sencillo, ni lineal, y mucho menos fácil de apresar, como hincha o hinchada virtual se puede significar a aquel o aquellos que tras un primer alejamiento ilusorio del acontecimiento, como es ser espectadores desde una tribuna, esto es, un paradojal protagonista pasivo, pasa a ocupar físicamente una posición mucho más relegada, más que eso intermediada, alejándose notablemente también en lo físico, pero con el agregado de que la flamante paradoja de los adelantos tecnológicos constantes y los despliegues cada vez mayores de la espectacularización lo ponen más ilusoriamente en la solitaria intimidad de lo presenciado, de lo protagonizado sensorialmente, y no con la ilusión de participar en el resultado final de la tragedia escenificada, como adelantó a principios de los ’70 el también francés Bernard Jeu. Por ejemplo, durante más de un siglo, el espectador común se tuvo que conformar con la duda o discusión eterna si un gol fue cometido o no de manera lícita. Hoy cuenta con el replay y el TeleBeam. Mucho antes de la sacralidad de la salida de los colores amados a la cancha, en rigurosa fila india, capitán al frente, levantada de brazos para todos, después carrerita hasta donde están las tropas propias y saludo especial hasta con aplausos, a partir de entonces puede fisgonear en lo que previamente se dicen, todos abrazados, enunciando las secretas conjuras cabuleras necesarias para aventar lo azaroso y que nada obstaculice el derrotero no siempre seguro hacia el triunfo. Presencian los movimientos de elongación. Disfrutan hasta el hartazgo lo que todos repiten en un mismo casete sobre lo que está a punto de acaecer. Ahora, aunque en cierto sentido los pretendidos adelantos lo hayan distanciado, en otro ilusoriamente lo ponen a nivel sensorial mucho más cerca del protagonismo, sólo que sin capacidad de decisión y, en este caso, justamente, remarcando de manera tácita su total incapacidad en la materia por multiplicarle de manera casi maravillosa sus condiciones de espectador y rellenarle el hueco ampliado con una cantidad indigesta de información aleatoria, tan fútil como fugaz, y más al cuete que nunca. O sea, lo lleva más que nunca a la condición sin retorno de brillante erudito de la pasividad activa.

Otro de los atrayentes anzuelos con lucecitas de colores, como se decía antes, proviene de las enunciaciones o ganchas de marketing, para usar jerga fashion de los posmoder. Se trata de las dichosas burbujas, una nomenclatura suave, socialmente potable, para no caer en la grosería de lo zafio y mucho más expresivo de Nube de Pedos. El productivismo a todo trance para saciar apetitos inexistentes, en engloban pancitas chiflando, como la de los chicos desnutridos, los novedosos minicampeonatos craneados por Grondona & Co. se desdoblan de jueves a lunes, todos los días, casi todas las divisiones, con la acuciante alternativa que montados sobre una falsedad total que está incursa en la estafa intelectual con todas las patas, los papanatas a sueldo de la tevé anuncian que el viernes San Lorenzo ha alcanzado la punta, el sábado son tres los que van al frente, el domingo queda Boca y difícil que el lunes haya otra alteración.

Una alternativa ya instalada desde lo virtual, pero aceptada desde lo real como un engaño necesario, se encuentra en la existencia de los equipos de los viernes, de los sábados y de los domingos. Esto quiere decir aquellos que por decidión del Dedo de Dios de la AFA, dirigido por su libretista contratado con oficinas en la central de TyC de San Telmo, están eternamente designados a jugar esos días por tevé cable común o codificada, según el raiting o según los privilegios para paliarles los déficits crónicos de caja. A esto se debe agregar que el goteo que sufren las fechas respectivas hayan encontrado un sesudo resquicio informativo, por supuesto especulativo racional hasta el hartazgo, para tener alguna pavada más para decir y cualquier incauto se encuentre con que el viernes puntea un equipo u otro le echa aliento en la nuca a un punto, el sábado trastorna otras vez transitoriamente la tabla y por fin el domingo a última hora se tiene lo que antes de la tevé se sabía sin etapas los domingos a las 17:30 por radio. El campeonato ordinario, común, deportivo, ha dejado paso a un caleidoscopio que azuza esperanzas o desengaños con unas pocas horas de vida.

Aunque se trate de otra disciplina ajena al fútbol, ranciamente oligarca en su origen hasta que con el Proceso y Guillermo Vilas alcanzó un boom de popularización, el tenis ha sabido encontrar una curiosa variante en el circuito comunicacional de lo espectacular que no se puede si no dejar por lo menos anotado. Desde hace dos años, máxime con la participación de argentinos que llegan a instancias finales de los clásicos del Gran Slam, tipo Roland Garrós o Wimbledon, el US Open, etc., que aparte de la televisación de todo el espectáculo deportivo en sí, planos de detalles cuando en los descansos los tenistas toman agua mineral o se secan la traspiración, más algún que otro tic maniático o cabulero, al final por lo común una reportera lo suficientemente bien dotada de físico para la imagen, reportea al triunfador con los lugares comunes y banalidades de práctica, las que son respondidas de la misma forma para caballerescamente no hacerlas quedar mal, pero todo esto tiene una particularidad bien especial que hay que resaltar. Cámara abierta y micrófono en mano, los dialogantes no sólo lo hacen para los millones de telespectadores diseminados por el planeta, sino que la imagen y el sonido sale por un pantalla gigante instalada en alguna parte del court, con lo cual, aparte de las gentilezas demagógicas del entrevistado hacia los presentes y las réplicas alborozadas de éstos devolviendo las cortesías, este apósito ha pasado a formar parte de la lid en sí y lo virtual involucra no ya la identificación del telespectador con el superhéroe que acaba de ganar un trofeo y una suma supermillonaria en dólares, sino también con la esmirriada cantidad de público que contienen esos pequeños estadios comparados con las moles de hormigón armado del fútbol y donde el privilegio de haber comprado un abono en lugares preferenciales oscila, por lo común, entre los 3 y 5 mil dólares.

La final de la Copa Davis 2008 que todavía se está disputando en Mar del Plata mientras se edita esta bitácora ha agregado a este plus, copiando directamente de lo más decadente y aberrante en que ha derrapado el boxeo mundial actual, una cámara que registra la salida de los dos planteles, con el protagonista y el capitán al frente, los suplentes más atrás, un representativo atrás del otro, hacia el court, ceremonia insípida y anodina, salvo alguna que otra mirada de reojo incontrolable del cholulo enfundado en el buzo con los colores nacionales respectivos, que es prolijamente narrada por la cronista, no vaya a ser cosa que algún opa televidente no se dé cuenta de lo que está viendo.

Ambas intrascendencias, tanto la salida como la entrevista final con público, se agregan no con el fin para nada propuesto de poderle agregar algo a la información del telespectador, sino como una demostración del inútil poderío de la microelectrónica para supuestamente entrometerse en todos los meandros. Más de un bochinche doméstico en estos dominios ha quedado fuera de cámaras lejanas o ediciones pudorosas que procedieron a su borrado, como luego lo han demostrado por escrito las crónicas gráficas.

La aplicación sistemática de semejantes aberraciones con, cuando mucho, 48 horas de duración, tienen su mercado. Si no, no lo harían. Ser un dios de papel maché aunque sea por un ratito reconforta almas tullidas. Además, lo dice la tele, salió en la tele, algo que lo convierte en una verdad científica inapelable que se desmorona al otro día con otro resultado de otro partido dirigido por un árbitro también elegido por el Dedo de Dios de Viamonte al 1300, según ande el Merval interno del negocio. En el interin, horas y horas de conversaciones y comentarios hueros de periodistas especializados que encima se quieren hacer los graciosos, rellenan estas especulaciones con presuntos algoritmos intelectuales de las combinaciones sobre qué va a pasar si gaña Ñuls y empata San Martín de Tucumán, porque también puede darse que pierda Tigre y gane River con viento a favor y alguna otra conjura estelar, un intringulis angustiante que debe dejar a más de uno de cama con un caldo espeso de Lexotanil.

Es que siempre, en todas las conclusiones después de haber agotado la mollera, este campeonato está para cualquiera como ningún otro y al igual que una novela tradicional de suspenso, la verdad se va a develar en la última fecha, ojalá, así siguen currando hasta el último minuto.

No hay comentarios: