martes, 11 de noviembre de 2008

DEL FAROL AL TABLON, UN SOLO CORAZON

Una pinturita, varón. Viene hasta con el zapping intergaláctico. ¿No lo ves o sos ciego, Mr. Magoo?

“VEAN, VEAN QUÉ LOCURA;/ VEAN, VEAN QUE EMOCIÓN…”
Los festejos de ese segundo título mundial logrado por la blanquiceleste, acabado el partido con (la todavía) Alemania Federal, en México ’86, dejó un saldo de dos jóvenes muertos, uno en los deslindes capitalinos de Villa Lugano, el otro en territorio bonaerense, cerca del límite con Santa Fe, aparentemente como consecuencia de ocasionales francotiradores. Al finalizar el siglo pasado la acumulación alcanzada con este tipo de victimización alcanzaba a 14, un 6,5% del total de las víctimas fatales de la violencia futbolera organizada que surgió a fines de los '50 como consecuencia directa de la industrialización del espectáculo deportivo. Y la modalidad ha continuado, como se verá enseguida.

Aunque aquí también lo surtido del anecdotario va de la mano con la riqueza de elementos en cada hecho, ni siguiera se puede abrigar la esperanza de dar un esbozo de cada uno, tal la complejidad enmarañada de la arboladura con que están constituidos. Sí hay que destacar, además de las no pocas muertes que ya ha suscitado, el valor agregado de escándalos y desmanes que desata, sobre todo y casi exclusivamente, cada River-Boca, hasta en los lugares más distantes, donde cualquiera que sea el resultado del encuentro, la representación local de cada uno, que lo que ha visto gracias al milagro electrónico de la tevé por cable, salen a la calle a darse entre ellos o directamente romper lo que encuentran. Los epicentros con hechos de mayor envergadura son Mar del Plata, Neuquén, Mendoza y Rosario, presentes en primera fila en casi todas las ocasiones.

Este desparramo, más que nacionalización del antagonismo futbolero argentino por excelencia, nunca analizado y que en su momento merecerá un tratamiento aparte, a pesar de la frugalidad constante de los medios y otras limitaciones, tiene una ancla muy importante en un excelente trabajo realizado sobre el contrapunto lingüístico del discurso borgiano en torno a un arquetipo nacional como fue el compadrito y el del uruguayo Borocotó, en El Gráfico, sobre el otro arquetipo que aparece de la mano de la clase media y sus plumas más inspiradas en la crónica deportiva de entonces, obligadamente multimedia por el nivel de las comunicaciones existentes, y que es el hincha futbolero, según la prolija revisión hecha durante un año sabático por Eduardo Archetti. Como producto genuino de estas dos especies se dibuja, se decanta, surge el barrabrava, ahora sí, como prototipo de la neobarbarie civilizada a la que estamos asistiendo y disfrutando como cotillón de la vida cotidiana. Desgraciadamente fallecido en forma muy prematura, aunque no se conozca muerte que sea tardía, cuando todavía braceaba contra las negativas y esquivadas a publicarle el trabajo mencionado, en una charla informal con el autor de esta bitácora después de haber leído el borrador, se concluyó en un total acuerdo sobre ese análisis y que elaborar una conclusión era una asignatura pendiente en la materia.

A una de las principales conclusiones a las que se puede arribar para explicar este expansionismo futbolero, este neocolonismo de entrecasa a cargo del Puerto Ombligo que también se manifiesta en aberraciones como las dispuestas por el CONFER y donde se prohíbe a los locutores no hablar con otra tonada que no sea la de un porteño híbrido, jamás las que campean naturalmente en cada región, de la Santa María del Buen Ayre como capital de la República de la Pampa Húmeda, según la feliz nomenclatura aplicada por Archetti, oriundo de Santiago del Estero, consistiría en la persistencia, como sustento, de un modelo agrario que no ha desaparecido y que el fútbol tanto resucita como mantiene indeleble, si se sigue de cerca al español Verdú en sus planteos. Además, aunque en el mencionado trabajo del sociólogo y antropólogo santiagueño radicado en Europa desde fines de los ‘60 no se explicite porque no era el motivo del asunto, es el fútbol el que se encarga de revivir y mantener la lozanía que hace persistir intactas las estructuras dejadas por el colonialismo español, luego abulonadas por el trazado ferroviario del colonialismo inglés a su turno, sobre el que justamente nació, creció y se desarrolló el fútbol que después, recién después, será primero criollo con La Academia racinguista de principios del siglo XX, significando en los hechos todo lo contrario a lo british, como se encargó de enfatizar el propio Archetti en ese trabajo, y recién después argentino. Ya algunas veces nos hemos ocupado en destacar la saña y darle una interpretación a tanta ferocidad de las barras contra los trenes: en este medio de transporte, por lo menos sus padres, cuando no ellos mismos, se vieron obligados a dejar el pago natal con la esperanza o la desesperación de encontrar en la megápolis una luz de esperanza para un mejor futuro o por lo menos un techo y un poco de pan. También el que en gran medida los trasladaba desde el conurbano en épocas de bonanzas y en el que mayoritariamente se han desplazado en las cruzadas futboleras a seguir los colores queridos. ¿Se ha cumplido por lo menos en parte esa ilusión, aunque sea en el clon futbolero? En todo caso, los trenes, por anchas o por mangas, siguen siendo el blanco preferido tanto de barras bravas como de espontáneas asonadas populares.
Una digresión que hace al caso, imposible de soslayar por la envergadura que tiene, proviene de la ex URSS. Según despachos especiales de la agencia ANSA durante la perestroika, en los años de hierro jamás había habido semejantes despliegues represivos de uniformados cuando el Dínamo de Moscú iba a jugar a la entonces Leningrado, cuando el de Kiev tenía que llegarse hasta Moscú para vérselas con el Spartak, no importa si moscovita o el ahora otra vez sanpeterburguense, ya sea yendo o de vuelta. En ese entonces la lectura fácil y a mano era que esos equipos representaban al CC del PCURSS, al KGB, a los sindicatos, a la Juventud Comunista, etc., y que las mayorías encontraban un canal de protesta para abollarse la humanidad entre ellas y de paso darle a algún que otro uniformado del régimen. Pero héte aquí que los fajos de dólares, aparte de tumbar el Muro de Berlín, dieron por tierra con las estatuas de Lenín y otros íconos en menos de lo que canta un gallo, esos equipos tuvieron otros mandamases y patrones, importando hasta jugadores argentinos de manera dispensiosa como buenos nuevos ricos, y sin embargo los tortazos, piedras, trompadas, desmanes y otras delicadezas estuvieron lejos de disminuir, menos que menos de desaparecer. Por debajo de los revoltijos, como en el cuento Continuidad de los parques, de Julio Cortázar, emergió el trazado claro de los feudos de la época zarista, la Casa de los Romanov que el acorazado Potemkin, los diez días que conmovieron al mundo, la perrita Laika y demás nunca habían podido hacer desaparecer.
La honda infraestructura feudal y su representación simbólica, el fútbol, habían ganado cómodos con sólo perdurar, aunque cambiaran de camiseta, valga la pobre metáfora.
Y por goleada. Karl Marx quizá lo hubiera llamado el peso muerto de la historia. Ahora, no se encuentran motivos valederos a la vista, aunque se trate que obviamente tenga sus peculiaridades, que en Argentina esté suciendo otro tanto.

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