domingo, 9 de noviembre de 2008

¿QUE LE FALTA PARA SER UN POEMA?



YA ESTA AQUÍ Y MATA POR UNA BIRRA

La virtualización futbolera, con su correlato argentino de muertes remotas, ya es una realidad a punto tal de haber generado muchas y muy buenas campañas publicitarias con el tema de fondo e incrustando en el imaginario colectivo que gracias a ella se ha incorporado más y más la mujer, una muletilla que comenzó con lo más caro del Mundial 78 y que ahora se repite como un slogan vacío bajo el formato que la cancha tiene que volver a ser un ámbito natural para la familia cuando la familia, sin rebusques semánticos o semiológicos, jamás fue a la cancha porque para nada simbólicamente en los orígenes, luego ritualizada por largo tiempo y ahora otra vez concreta, es sin medias tintas la muerte del hijo. Por lo tanto, esa familia estereotipada demagógicamente, inexistente, para colmo, no va a volver jamás al lugar donde nunca fue. El stablishment actual acusa su punto flaco justamente en la desintegración familiar, en el deshilachamiento cada vez mayor del núcleo familiar como consecuencia más a mano de una crisis económica sin parangón y de una sociedad sin otros objetivos morales, vitales y culturales que sobrevivir como sea y al precio que sea. El fútbol, en este sentido, les tira fetiches en cantidad, como en los ’60 fue que hay que ganar como sea, la belleza a los potreros, lo que cuenta es el triunfo y maquiavélicamente no los medios, no había como el fulbo para demostrar la inexistencia de la lucha de clases de los marxistas trasnochados, todos los días valores para el cambio chico, muy a mano y también si no a tan bajo costos, a unos tan accesibles que no los vuelve como la tanguera ñata contra el vidrio. En cuanto a las mujeres, que se queden tranquilas porque como acremente enuncia la cientista social inglesa Jennifer Hargraves, dura militante feminista, cada día más va a poder seguir gozando del privilegio del deporte que le está más permitido, como es el de echarle miraditas de reojo al televisor mientras sigue dándole a las labores domésticas.

Por otro lado, si se toma en cuenta el encogimiento del espacio habitable y existencial, para lo social, cultural y político, del ágora griega al living con cable no se puede negar que la universalización, no sólo en fútbol, ha abierto un agujero negro que deja muy poco espacio para el aventurerismo en pronósticos y tendencias que la infinitud del espacio empezado a recorrer por la NASA es inversamente proporcional al cada más vez más chico de los que se quedan con los pies en la Tierra. La vida se ha constreñido a cotos muy reducidos sin perdonar poderes adquisitivos. Cintas mecánicas nos permiten hacer aerobismo como si estuviéramos en una pista de atletismo. Para andar unos kilómetros en bicicleta no es necesaria andarla descolgando y corriendo el riesgo de quedar bajo las duales de un colectivo y al próximo bombardeo en Irak lo pasan vivo y directo a las 16:00 hora local. Sí también resulta notable y evidente que la parafernalia de la espectacularidad da una dimensión tan gigantesca de todo que un suceso de cualquier índole, para ser tal, tiene que contar con ese escenario y esa puesta en escena. Todo lo demás es piltrafa, insignificancia. La conciencia de sí y el conocimiento no se han por eso ampliado en la misma medida; por el contrario, se han esmirriado en la Religión de las Ultraespecialidades, donde cada punto es posible ganar en profundidad y detalles de los detalles, pero no la interrelación con el punto de al lado, ni soñar con los demás. La universalidad se ha insularizado; lo pretendidamente global en realidad es un archipiélago, pero sin puentes vinculantes, como la bella Venecia que se está hundiendo y echando unos hedores peor que la Dinamarca shakespereana. Si el ciudadano común, por siglos, no pudo gozar de una autoestima XL, hoy día si se llega a sentir un piojo en un ataque de euforia es porque tiene delirios de grandeza. Con suerte apenas podemos aspirar a la categoría de molécula. Y ese aparente encogimiento al extremo de los espacios vitales, paradojalmente, en vez de acercarnos y estrecharnos más físicamente en las relaciones vitales con los seres cercanos y queridos, jamás este entorno había estado tan lejos: la batería electrónica que los rodea nos aísla cada vez más.

Es cierto, sin embargo, Venus, por cable o por Internet, está más cerca que la próxima parada del colectivo. Con la nona que vive en Salsipuedes, Córdoba, se puede chatear a través de la web cámara, lo más cómodo, casi igual que por arriba de la ligustrina del fondo porque lo más atractivo de todo esto es cómo cada día se parece más y más a la realidad y en ciertos aspectos, sensorialmente, hasta la mejora. Pero en ningún momento sacamos el traste de la silla ni para calentar el agua del mate.

Eso sí, si de mantenimientos de estructuras antiguas hablamos, en uno de los países con mayores condiciones para el hinchismo virtual, pulla extendida a todos los terrenos, el estigma preferido para zaherir al otro sigue siendo reivindicar a muerte la condición de testigo de directo, así sea con un celular en cada mano y saltando como monos, preferiblemente frente a los móviles de los canales:

Y ya lo ve, ya lo ve,
es para XXX
que lo mira por tevé.



¿En qué quedamos? ¿Virtualidad o retorno a las cavernas? Lo mejor de todo es quizá sea una antinomia absolutamente falsa y constituyan términos de una misma e indisoluble unidad. [AR]



Santa María de los Buenos Ayres, noviembre del 2008.

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